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Reposicionamiento estratégico en el Indo-Pacífico y nuevas alianzas

Este artículo fue originalmente publicado en iProfesional, disponible en el siguiente enlace.

Por Diego Cagliolo*

En un artículo de Foreign Affairs de marzo de 2020 (Why America Must Lead Again, Rescuing U.S. Foreign Policy After Trump) Joe Biden expuso su visión de política exterior para que los Estados Unidos restauren un liderazgo digno y respetado en el escenario mundial. Prometió que promovería la seguridad y los valores americanos tomando medidas inmediatas para “renovar alianzas” y colocar a los Estados Unidos liderando al mundo para abordar los desafíos globales más urgentes.

La desordenada retirada de los Estados Unidos de Afganistán, una estrepitosa derrota política y militar, fue parte de esta política frente al desafío que le plantea China y su creciente influencia en la región del Indo-Pacífico. La nueva “zona caliente”, clave en la economía mundial, concentra mas de 30% del transporte marítimo y un enorme peso demográfico. Para Biden, asegurar la accesibilidad a las vías navegables es vital para el futuro del libre comercio.

La presencia china en la región preocupa a los Estados Unidos y sus aliados. China aduce que el vertiginoso aumento de su capacidad militar (preferentemente naval) se enmarca dentro de un rol defensivo y no contiene una voluntad expansionista. La visión de Xi Jinping sobre la construcción de comunidad de futuro compartido, una nueva era que se caracteriza por igualdad, beneficio mutuo tangibles, innovación y apertura requiere de paz entre los pueblos.

Largos años de dominio extranjero y la necesidad de asegurar la paz en su territorio son los motivos que, según China, empujan la búsqueda constante de la reducción en la brecha tecnológica en materia militar. Occidente teme que esta ampliación de capacidades sea parte del “Sueño Chino” de Xi de conseguir la completa reunificación del país pero por medios violentos.

Su endurecimiento de la retórica respecto de Taiwán, se interpreta como un movimiento de presión sobre éste, cuya influencia económica y comercial en la zona de Asia-Pacífico es significativa.

Como contrapeso, Biden se comprometió a consolidar el Quadrilateral Security Dialogue (QUAD) un foro que reúne a Japón, India, Australia y Estados Unidos en defensa del derecho internacional, la democracia y el libre mercado en la región. Ese intento de contrarrestar la presencia en el mar de la China Meridional es también el origen de la nueva alianza militar AUKUS (del acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos) anunciada sorpresivamente, que permitirá a Australia construir submarinos de propulsión nuclear, además de obtener acceso a cooperación en inteligencia artificial, tecnología cuántica y cibernética, instalaciones industriales o cadenas de suministro.

El AUKUS es para Beijing “extremadamente irresponsable” y alimenta una carrera armamentística en la región, socavando gravemente la paz, la estabilidad y los esfuerzos internacionales de no proliferación nuclear”. Para Beijing, el pacto es una herramienta geopolítica y por ello lo califica como una mentalidad obsoleta de guerra fría. Wolf Warrior Diplomacy en plenitud.

AUKUS ha sido también motivo de fricciones entre Estados Unidos y Francia que lo consideró “una puñalada por la espalda”, no solo por no haber dado aviso, sino por el daño que provoca a la industria armamentística francesa la cancelación de contratos celebrados con Australia. La Unión Europea se mostró preocupada por la posibilidad de que Estados Unidos concentre mas esfuerzos en el Indo-Pacífico que en la OTAN. Hay motivos para preocuparse. China viene realizando una serie de acciones y desarrollos que son consideradas potencialmente peligrosos para occidente.

La apertura de una base naval en Yibuti, en el Cuerno de África, marca el inicio de la proyección estratégica militar china. La construcción de instalaciones en terrenos en disputa o la creación de islas artificiales con instalaciones militares es la mayor de las amenazas. La denominada “Diplomacia de la Deuda” es otra, no es menos importante.

Amparada en el amplio concepto de la iniciativa One Belt One Road (Nueva Ruta de la Seda), consiste en la realización de obras de infraestructura (puertos generalmente) en países pequeños o con escasas capacidades de financiamiento, fomentando que éstos acumulen grandes deudas para luego, al no poder afrontar los pagos comprometidos, tomar el control de los activos y ponerlos a su servicio, muchas veces para usos militares o de inteligencia. El caso del puerto de Hambantota, en Sri Lanka, construido con un préstamo chino es el mas emblemático.

Concebido como un puerto comercial resultó ser un verdadero fracaso y quedo en manos de Beijing luego de que el gobierno local no pudiera hacer frente a los pagos. En Pakistán, China financió la construcción del puerto de Gwadar, el cual controla desde 2013. Papúa Nueva Guinea, Fiji y Vanuatu son otros de los países que construyen con prestamos de ese tipo. La influencia se extiende a otros lugares del mundo donde China terminó controlando las obras que financió. La construcción de una polémica autopista en Montenegro encendió las alarmas en Europa. Los puertos de Pireos en Grecia y de Venecia en Italia también son operados por empresas chinas.

De este lado del atlántico, Uruguay y el puerto de Montevideo es un ejemplo mas cercano. Argentina debería tomar nota de estos antecedentes al encarar planes como el Polo Logístico Antártico que el gobierno del presidente Alberto Fernández anunció que construirá en Ushuaia. China sostiene que estas inversiones son de carácter civil o comercial y que no constituyen motivo alguno de preocupación militar. Estados Unidos y sus aliados sospechan.

La voluntad de los Estados Unidos de contener el avance de China en el Pacífico es clara, reforzando la posición dura de Donald Trump. China intenta hacerse fuerte en una región en donde es un líder natural, con el objetivo de poner fin a la hegemonía norteamericana ampliando sus capacidades militares, dando pelea de igual a igual en los grandes foros de discusión multilaterales, estableciendo nuevas instituciones (Banco Asiático de Desarrollo) y celebrando amplios acuerdos comerciales como el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP) o, incluso, solicitando su ingreso al Trans-Pacific Partnership (TPP).

Aunque la posibilidad de un enfrentamiento militar es remota y existan más campos de necesaria cooperación que de conflicto, la competencia es inevitable y la tensión crece a medida que ambos países reconfiguran sus prioridades de política exterior, estrechamente ligadas a sus realidades domésticas. Hace unos días, cuando Biden y Xi Jinping mantuvieron su segunda conversación telefónica en siete meses (de 90 minutos de duración), el presidente chino le dijo a su contraparte que si se enfrentan “los dos países y el mundo sufrirán”. Ambos lo saben, aunque no por ello dejan de prepararse.

* ExSubsecretario de Relaciones Internacionales de la provincia de Buenos Aires y miembro del Consejo Asesor del Observatorio Sino-Argentino.