China y el futuro de Venezuela
Por Patricio Giusto, Director del Observatorio Sino Argentino.
Opinión publicada en el Diario Clarín del día domingo 17 de febrero de 2019.
Siendo uno de los pocos países que mantiene apoyo al régimen de Nicolás Maduro, China ha quedado en una situación incómoda en el marco de la grave crisis que atraviesa Venezuela. Las relaciones entre ambos países son muy sólidas y han estado históricamente basadas en la necesidad de petróleo por parte de China, el principal importador mundial. Fue Hugo Chávez quien abrió las puertas a la potencia asiática, convirtiendo el vínculo en uno de los pilares de su trasnochada “revolución bolivariana”. Por aquel entonces, el precio del petróleo volaba, Chávez emergía como líder absoluto en Venezuela y, además, se proyectaba como referente de una región atravesada por una oleada de gobiernos anti-norteamericanos.
Se trató de un escenario inmejorable para que se expanda en toda la región la presencia económica de China, la gran superpotencia en ascenso. Para el inicio del tercer mandato de Chávez, Venezuela se había convertido en el cuarto proveedor de petróleo crudo de China y el principal receptor de su financiamiento externo. Gran parte de los préstamos chinos eran otorgados bajo el mecanismo de pagos con petróleo. Hacia el ocaso de Chávez, China comenzó a percatarse de la alarmante desinversión y desmanejos en el sector petrolero del país caribeño.
La llegada al poder de Nicolás Maduro sólo empeoró las cosas. Con la profundización de la crisis económica y social, el caudal de los envíos de petróleo a China se fue reduciendo progresivamente. Para 2018, la producción petrolera venezolana había caído a su mínimo en 70 años. Inversiones chinas en refinación, ferrocarriles y telecomunicación, entre otros rubros, se vieron igualmente comprometidas. Mientras tanto, la deuda venezolana con China se seguía expandiendo. No hay datos precisos, pero se estima que Venezuela debe unos 70.000 millones de dólares a China.
Esta mutua dependencia pareciera razón suficiente para explicar el apoyo de China a Maduro. Sin embargo, China ante todo se ha mantenido apegada a su histórico principio de política exterior de no intervención en los asuntos internos de otros Estados. Así y todo, el pragmatismo, otro de los principios de política exterior china, también ha primado. La potencia comunista ha llamado al “diálogo internacional” para resolver el conflicto y, sugestivamente, se conoció la suspensión de un megaproyecto de refinación que PetroChina iba a realizar en conjunto con PDVSA.
Lo más probable es que China no modifique su postura, pase lo que pase en Venezuela. Más allá del costo que esto pueda conllevar en términos de la imagen de China en una región que, mayoritariamente ha avalado al “presidente interino” Juan Guaidó, está claro que lo más beneficioso es esperar, en cualquier escenario.
Si Maduro sobrevive, China quedará bien parada. Si hay una guerra civil, con posible involucramiento militar estadounidense, el resultado de ese seguro desastre será un fenomenal costo mayoritariamente a pagar por Donald Trump y los entusiastas líderes del Grupo de Lima. Finalmente, si se logra una transición pacífica, no caben dudas que el sucesor de Maduro necesitará desesperadamente del financiamiento y las inversiones de China para la reconstrucción del país. Sólo China puede comprar en las próximas décadas las cantidades de petróleo que necesitará vender Venezuela.
En conclusión, China está adoptando una postura coherente en el marco de la crisis venezolana, al tiempo que será un actor clave e irremplazable para el futuro de Venezuela, sea cual fuere el desenlace de la crisis. Lo peor que podría hacer China en estas circunstancias es apartarse de sus principios históricos de política exterior.