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El fin de la era del liderazgo colectivo del PCCh

Por Patricio Giusto y Mariano Caucino.

El Gran Salón del Pueblo de Beijing es el escenario del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), iniciado el domingo pasado. Más de dos mil trescientos delegados sesionan para confirmar el liderazgo de Xi Jinping para un tercer mandato como Secretario General, hecho sin precedentes en la historia del país.

La elección de Xi -quien tiene 69 años- como líder por tercera vez implica una ruptura con la política de limitación temporal del poder impuesta por Deng Xiaoping a sus sucesores con el propósito de alejar los peligros del personalismo de la era Mao Zedong. Resulta evidente que un tercer mandato sin precedentes para Xi implica un punto de inflexión histórico en el devenir del gigante asiático. Un giro que con seguridad traerá aparejado un afianzamiento del nacionalismo y el personalismo, con una posible derivación hacia una suerte de regreso al culto a la personalidad al estilo de los días de Mao.

Las singulares circunstancias que atraviesa China harán que el liderazgo de Xi pueda gozar de la ausencia de opositores internos y contrapesos claros a la vista, un beneficio que ningún líder posterior a Mao había disfrutado. A la vez, Xi ejerce por primera vez el poder en ausencia de un sucesor consagrado. Una realidad que implica otro quiebre de una tradición instaurada desde los tiempos de Deng y que privará al sistema de las ventajas de la previsibilidad de los procesos de transición interna del PCCH.

Lo cierto es que la eternización del liderazgo de Xi no podrá evitar el tener que enfrentar los enormes desafíos domésticos y externos que se ciernen sobre el país. En este sentido, existe un consenso en Beijing sobre un virtualmente inevitable aumento de la tensión con los EEUU, en el marco de un mundo mucho más conflictivo e inestable. Asimismo, la relación estratégica con Rusia será tal vez el mayor desafío regional para Xi, toda vez que su vínculo con Moscú trae aparejado un impacto directo en su relación con Occidente.

Casi con seguridad, se estima que Xi buscará seguir reafirmando el control sobre Hong Kong, aplacando cualquier foco de disidencia remanente. Una política que mostrará a una China menos globalista y probablemente más enfocada en sus problemas domésticos y en asegurar el control y estabilidad en su vecindario.  Tal perspectiva permite imaginar que, en el futuro inmediato, muy probablemente China tenga un comportamiento internacional menos “generoso” con el mundo en desarrollo en materia de inversiones y financiamiento. Una realidad que seguramente se verá fortalecida a partir de signos inequívocos que indican que la economía china está exhibiendo problemas estructurales, exacerbados por el intervencionismo económico de Xi y su la política Covid-Cero, a través de la imposición draconiana de cuarentenas virtualmente interminables.

Por otra parte, a diferencia de los EEUU -una potencia que ha alcanzado hace unos diez años su anhelado autoabastecimiento energético- China mantiene una dependencia externa para satisfacer su necesidad de suministro de gas y petróleo, convirtiendo en fundamental el acceso a través del Estrecho de Malaca y la necesaria alianza con Rusia.

Pero si la geografía no parece ayudar a Beijing, paradojalmente también la demografía podría estar jugándole una mala pasada al que sigue siendo el país más poblado del mundo. De acuerdo con expertos, China mantiene un inquietante problema demográfico que lo llevará a comenzar a perder población en el futuro inmediato. La población china está experimentando un rápido envejecimiento, un proceso que se estima se profundizará en los próximos años.

A su vez, Taiwán se presenta como la cuestión potencialmente más crítica, encerrando tal vez el asunto de mayor sensibilidad para Xi y el PCCh. A punto tal que la pregunta sobre si Xi intentará la unificación forzosa antes de dejar el poder resulta de inmensa significación. Dicha posibilidad pareció reforzarse el domingo 16, cuando Xi sentenció que “nunca renunciaremos al uso de la fuerza para unificar Taiwán”.

Son éstas probablemente las notas principales frente al desarrollo del XX Congreso del PCCh. El propio Xi empleó un tono de cautela en su discurso inicial, cuando anticipó el tenor de los tiempos por venir: “Debemos prepararnos para afrontar peligrosas tormentas”. Acaso un pronóstico ajustado para todos, cuando el mundo asiste por primera vez en los últimos quinientos años a la pretensión de un actor no occidental de convertirse en la primera potencia global.