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La realidad sobre China frente a la debacle de Afganistán

Este artículo fue originalmente publicado en El Economista, disponible en el siguiente enlace.

Por Patricio Giusto*

La retirada de EE.UU. de Afganistán ciertamente no tomó por sorpresa a China. El movimiento era largamente esperado desde Beijing, lo que llevó a la diplomacia china a tener que ensayar un incómodo acercamiento con los talibanes, en sintonía con una Rusia igualmente preocupada por el nuevo escenario regional.

La retirada final de EE.UU. se dio en un contexto especialmente alarmante para China, con nuevos ataques terroristas en Pakistán. El último saldo fueron nueve víctimas fatales chinas y crecientes dudas sobre el futuro avance de las inversiones en su vecino predilecto.

El pasado mes de julio, China recibió una delegación talibán en Tianjin. Se los reconoció como “una fuerza política y militar importante”, tras haberse intercambiado mutuamente promesas en materia de seguridad, estabilidad política y cooperación económica. Todo frente al inminente avance de los fundamentalistas islámicos.

Tras el cónclave y la foto de compromiso en Tianjin, los temores y la desconfianza histórica de China hacia los talibanes se reconfirmaron: estos se adjudicaron un atentado contra el ministro de Defensa afgano y continuaron su marcha hacia la capital arrasando todo a su paso. Lo que sobrevino después es historia conocida.

Algunos analistas han sostenido que, para China, la debacle de Afganistán en manos de los talibanes es una “oportunidad” y hasta que, incluso, Beijing habría celebrado junto con Moscú la caída de Kabul. Nada más alejado de la realidad.

Para China, la retirada de EE.UU. ha sido una pésima noticia, que la obliga de ahora en más a replantear su política exterior con un esfuerzo diplomático adicional y, muy probablemente militar, en un vecino poco estratégico y en el que históricamente ha tenido escasa presencia. China casi no tiene intereses económicos en ese país y no ha tenido participación militar durante las dos décadas de fallida ocupación estadounidense. Recordemos que China comparte una pequeña franja de frontera con Afganistán, de apenas 76 kilómetros, en la inhóspita zona de Wakhan.

Es probable que algunas empresas chinas consideren algunos de los recursos en Afganistán como oportunidades potenciales, pero no hay evidencia de que esta sea una prioridad estratégica para Beijing. Las inversiones en infraestructura también han sido escasas, al igual que la cooperación financiera. Esta ecuación no cambiaría demasiado ante la creciente inestabilidad interna que se avecina con los talibanes en el poder. La prioridad regional de China seguirá siendo el sostenimiento de Pakistán.

Tampoco hay que perder de vista que las fuerzas armadas chinas no tienen experiencias recientes de combate, más allá de las escaramuzas aisladas con tropas indias en el marco de las disputas fronterizas en el Himalaya. Por razones obvias, China no ha tenido acceso a la inteligencia acumulada por EE.UU. y sus aliados en Afganistán y carece de experiencia en operaciones fuera de su territorio.

Además, hay que tener en cuenta que China ha respetado a rajatablas, desde los tiempos de Mao Zedong, el principio de no interferencia en asuntos internos de otros Estados.

Quizás el mayor temor de China en este nuevo escenario es que Afganistán se convierta en el epicentro de una catástrofe humanitaria de enormes proporciones y en un gran santuario para el terrorismo internacional. Esto provocaría una crisis de refugiados afganos acudiendo a su frontera, lo que se suma las delicadas situaciones con otros vecinos, como ser Corea del Norte y Myanmar. Pero quizás lo más grave es la posibilidad de que fundamentalistas de la etnia musulmana uigur ahora encuentren refugio seguro en Afganistán, fuera del radar de las autoridades chinas. De hecho, algunos referentes uigures ya están radicados desde hace tiempo allí.

En definitiva, la retirada de EE.UU. de Afganistán y la consecuente toma del poder por parte de los talibanes es, a priori, un pésimo negocio para China. Al mismo tiempo, la situación es tan grave que resulta inimaginable una evolución favorable de la crisis sin la cooperación entre EE.UU., China y el resto de las potencias regionales involucradas. Probablemente, eso difícilmente suceda. Mientras tanto, es importante basar los análisis en el conocimiento de los hechos y no en lecturas forzadas a partir de preferencias ideológicas o la necesidad de confirmar ciertos preconceptos.

(*) Director del Observatorio Sino-Argentino; docente del Posgrado sobre China Contemporánea de la UCA; Master of China Studies y profesor visitante de la Universidad de Zhejiang (China)