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Por qué no habrá una segunda Guerra Fría

Este artículo fue originalmente publicado en Infobae, disponible en el siguiente enlace.

Por Diego Guelar*

Henry Kissinger fue el mejor historiador e ideólogo del “juego contradictorio” entre la construcción de alianzas o bloques -para mantener los “equilibrios de poder”- y la fatal necesidad de la guerra cuando un “bloque desafiante” pone en peligro al “bloque hegemónico” (la llamada “trampa de Tucídides”).

Así funcionaron los siglos XIX y XX desde el Tratado de Viena de 1815 que restauró el “Ancien Regime” -después de la Revolución Francesa y la “aventura napoleónica”- hasta el desmoronamiento del Imperio Soviético en 1991. Desde 1946 hasta 1991 el mundo transitó el enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue la “tercera Guerra Mundial” o “Guerra Fría”, que se disputó en América Latina (con epicentro en Cuba), en África (con focos en Argelia y Angola), en Medio Oriente (con eje en Israel y la Liga Árabe encabezada por Egipto), en el Sudeste Asiático (Guerra de Vietnam) y la Península Coreana. En Europa, el equilibrio nuclear entre la OTAN y el Pacto de Varsovia (la URRSS y sus satélites de Europa Central) neutralizó la posibilidad de un enfrentamiento directo, pero se construyó un escenario de “enfrentamiento ideológico” entre el capitalismo y el comunismo.

Es ridículo llamar “Guerra Fría” al nuevo escenario del Siglo XXI. Esta ya terminó y fue ganada por Estados Unidos. China y Estados Unidos son la mayor sociedad entre dos países ocurrida en la historia del mundo. Solo dos datos: el 40% de las reservas del Banco Central de China son bonos del tesoro de los EE.UU. y el 90% de las empresas americanas más significativas están instaladas en China, trabajando para el mercado asiático, el norteamericano y el global.

Por supuesto que esta “asociación” es hípercompetitiva y llega hoy a los temas más sensibles, como inteligencia artificial (AI), comunicaciones (5G), carrera aeroespacial y una disputa comercial por la que China es el primer socio comercial de 127 piases, mientras EE.UU. lo es de 63.

Trump puso énfasis en el déficit comercial con China -de USD 350.000 millones- y “tensó la cuerda” con su consigna “America First” para crear empleo y retomar una ofensiva exportadora. No funcionó. El déficit no se redujo y China se convirtió en el “abanderado mundial” del libre comercio.

En Asia constituyó la “Asociación Económica Integral Regional” (RCEP) con otras 14 naciones, que abarca a 2.100 millones de personas y al 33% del PBI mundial. Hoy China y EE.UU. son dos versiones del capitalismo (los chinos se definen como “socialistas de mercado, con características chinas”). Las diferencias son culturales -Occidente vs. Oriente- y los valores y la organización política y social china son inaplicables en Occidente.

Los piases occidentales quieren -y necesitan-comerciar y compartir financiamiento e inversiones con China. Lo mismo a la reciproca. En sus primeros meses, la Administración Biden dio continuidad al enfoque de Trump, agregándole el énfasis en los “valores democráticos” y de Derechos Humanos, cuestionando el comportamiento chino en Xinjiang (la provincia de mayoría musulmana) y en Hong Kong (por la aplicación de una nueva y muy severa legislación de Seguridad Nacional).

Sin embargo, en una reciente cumbre medioambiental bilateral, ocurrió un “acople” muy importante al acordarse una metodología de trabajo conjunto. Tenemos que recordar que China y EE.UU. representan el 43% de las emisiones totales de dióxido de carbono. John Kerry, líder de la delegación americana, afirmo: “Es importante dejar otros asuntos de lado, porque el clima representa una cuestión de vida o muerte en gran parte del mundo”. Cada día serán “más asuntos que quedaran a un lado”, priorizando ambas partes el mantenimiento de la paz, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico y el fortalecimiento del sistema económico y financiero mundial, que solo puede hacerse con el creciente acuerdo de las dos superpotencias que hoy ocupan el vértice superior de la pirámide del poder planetario.

Será una permanente “negociación caliente” -no una Guerra Fría- con escaramuzas, tensiones y crisis recurrentes, pero, finalmente, los intereses son y serán convergentes.

Desde nosotros, la peor reacción es “consumirnos” que tenemos que “optar entre uno u otro bloque” porque, sencillamente, no hay ni habrá dos bloques. Nuestro camino tiene que ser la consolidación del Mercosur y, conjuntamente con nuestros vecinos, incrementar nuestros vínculos con la Unión Europea, EE.UU. y China, sin falsos ideologismos. Nuestros vecinos ya lo están practicando. No nos quedemos afuera.

*Abogado. Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Argentina ante la República Popular China (2015-2019). Ha sido Secretario de Relaciones Internacionales del PRO, Embajador ante los Estados Unidos (1997-1999 y 2002), Brasil (1995-1997), y Unión Europea (1989-1995). Diputado Nacional (1983-1987). Actual presidente del Consejo Consultivo del Observatorio Sino-Argentino.