Tras un mes de guerra, la gran pregunta es qué hará China
Este artículo fue originalmente publicado en Infobae, disponible en el siguiente enlace.
Por Diego Cagliolo* y Norberto Pontiroli**
La invasión rusa a Ucrania precipitó acontecimientos que tendrán repercusiones estructurales. El avance de las tropas de Rusia configura el fin del orden mundial establecido en la Post Guerra Fría y presupone uno nuevo, de difícil pronóstico.
Por el momento, aunque la batalla de la (des)información parece estar siendo ganada por Occidente, lo que tenemos es una derrota para Ucrania con gran destrucción de ciudades e infraestructura, víctimas civiles y millones de desplazados y refugiados. Desafortunadamente, eventualmente Ucrania será derrotada militarmente. Justamente ahí radica el doble problema.
Si Putin lograra un triunfo bajo sus condiciones, Europa quedaría a merced de la amenaza de sus próximos pasos. Por el contrario, si el resultado en el terreno se revirtiera en favor de la defensa ucraniana con apoyo occidental, posiblemente nos veríamos con el peor costado del líder ruso, teniendo que enfrentar caminos impensados, inclusive alguna de las distintas “opciones nucleares” a su alcance. Putin fue demasiado lejos y necesita una victoria, o algo que pueda ser presentado de esa forma. La derrota no es una alternativa. Su liderazgo político no sobreviviría semejante retroceso.
Para Putin, Ucrania siempre formará parte del territorio de Rusia y es considerada un mismo pueblo que debe permanecer bajo un gobierno. Toda solución que no atienda este reclamo sería vista como una derrota.
Internamente, el temor a contradecir a Putin, quien gobierna, controla y domina el poder del Estado por medio del miedo, ha sido preponderante y suficiente, por ahora, para evitar que la solución del conflicto provenga desde adentro. Incluso, si esto sucediera, nada garantiza que quien lo reemplace no tenga objetivos similares y pueda agravar el cuadro de situación.
En cualquier caso Rusia se convertirá en un paria, aislado de la esfera internacional, y con enormes dificultades para poder sostener su influencia y posicionamiento. Más temprano que tarde, la sociedad rusa comenzará a sufrir en su día a día los problemas causados por las sanciones económicas y habrá que monitorear qué tanto daño hacen estas en la consideración, todavía alta, de la imagen de Putin y su gobierno.
Pero tal vez no esté completamente aislado. Mientras el posicionamiento de algunas de las grandes potencias ha sido inequívoco (las que integran el G7 y la OTAN por ejemplo), otras han mostrado sus matices. Son los casos de los países que integran el BRICS y en particular, el caso de China. La postura que adopte el gigante asiático será determinante y habrá que seguirlo de cerca.
Más allá del beneficio en el corto plazo por el redireccionamiento de las exportaciones e importaciones rusas (China se asegura recursos, volúmenes y precios convenientes), la situación constituye un fortalecimiento de los planes de Beijing para el desarrollo del vínculo con la Unión Económica Euroasiática que reúne a Rusia, Bielorrusia, Kazajistán y otras ex repúblicas soviéticas con el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), y la eventual futura participación en la reconstrucción de los territorios devastados por la guerra bajo el auspicio ruso. Así, China se convertiría en la llave de Rusia para sortear las sanciones y aliviar, por ejemplo, la asfixia comercial. Estos intereses convergentes dan margen para el incremento de la cooperación sino-rusa en el corto y el mediano plazo.
Cabe señalar que se han celebrado ya 37 encuentros personales de alto nivel entre los Presidentes Xi Jinping de China y Vladimir Putin de Rusia. Esta construcción del vínculo político personal entre los líderes a lo largo del tiempo permite perfilar una visión común para un nuevo tipo de orden. Uno en el que se afirma que la cooperación entre ambas potencias “no tiene límites”, como quedó reflejado en la reciente declaración conjunta firmada en el marco de la visita del líder ruso a China con motivo de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de invierno.
Pero por otro lado, China tiene la oportunidad de emerger como un componedor mundial, siendo quizás el único país que puede poner en aprietos a Putin, rehusandose a colaborar diplomática y militarmente con Rusia en la medida que sea capaz de facilitar una desescalada del conflicto. ¿Sería esta una maniobra inteligente para revertir los pensamientos militaristas y expansivos que todavía pesan sobre ella en algunas partes de occidente?
Xi Jinping tiene la posibilidad de demostrar la adherencia y aceptación plenas de las normas internacionales por parte de China, actuando dentro de las reglas de juego del sistema internacional. No destruir el orden internacional, sino hacer su aporte a gobernarlo y ofrecer como bien público global ciertos niveles de estabilidad. ¿Acaso estamos frente al momento, por el cual tanto esperó y trabajó la diplomacia china, de asumir el liderazgo y reformular los equilibrios de poder globales que EE.UU. parece no estar ejerciendo? Para ello, entre otras cosas, deberá evitar que Biden capitalice el liderazgo de las sanciones y por lo tanto, el fracaso de las mismas resulta de vital interés para Beijing.
Mientras tanto, es posible que el gigante asiático acelere sus intentos por resignificar y dimensionar su modelo de democracia. Para China no existe un modelo único para guiar a los países en el establecimiento de la democracia. Buscará rechazar las críticas de autoritarismo procedentes de occidente y afirmar la legitimidad de su modelo, el cual considera exitoso. Basándose en su sistema social y político, sus antecedentes históricos, sus tradiciones y sus características culturales, Beijing defiende que cada país puede elegir cómo poner en práctica la democracia según mejor se adapte a su situación particular. Este principio se trata también de una velada crítica a EE.UU. y a su idea de implantar su concepto de democracia en otros países, lo que según China es percibido como amenaza a la paz y estabilidad global.
A un mes de iniciadas las acciones bélicas, se hace difícil prever una solución rápida al conflicto. Se ha ido demasiado lejos como para volver a la situación previa y tanto Rusia como Occidente han jugado muy fuerte en sus decisiones. Toma fuerza la idea de un paulatino estancamiento en donde, tal vez, sin ocupar todo el territorio ucraniano, luego de un conflicto largo y sangriento, Rusia gane pero no tanto y Ucrania pierda pero no tanto. Por ejemplo, la posibilidad de una acuerdo de cese del fuego, con una Ucrania dividida por el Dnieper, con el este bajo control ruso y el oeste democrático con el apoyo de Europa y el compromiso de no ingreso a la OTAN. De esta manera Rusia aseguraría el control territorial entre Crimea y la región del Donbás, estratégico para su seguridad y la capacidad industrial allí instalada. Ucrania podría demostrar al mundo su capacidad de resistencia, su compromiso con la UE y ver ratificado el liderazgo de la creciente figura de su Presidente, Volodimir Zelenski.
Las dudas son más que las certezas y el replanteo del escenario internacional está sujeto a mucha incertidumbre. El flagelo de la guerra vuelve a azotar a Europa y la solución no asoma clara en el horizonte. La posibilidad de un conflicto sangriento y prolongado, de altos costos, con efectos híbridos y reacciones desmedidas, toma cada día mayor dimensión. Desafortunadamente, lo peor está aún por venir.
* ExSubsecretario de Relaciones Internacionales de la provincia de Buenos Aires y miembro del Consejo Consultivo del Observatorio Sino-Argentino.
**Miembro de la Fundación Argentina Global. Ex Coordinador de Asuntos Estratégicos de la Nación